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miércoles, 31 de octubre de 2012

PINOCHO

VERSIÓN GANADORA DEL CUENTO DE PINOCHO POR ORGAV


Título: PINOCHO Y PANOCHA
Escrito por: Orgav. (Verónica Orozco)


Erase una vez, en un pueblecito cualquiera, había un duendecito que vivía en los pinos del parque. El duendecillo se llamaba Panocha. Un día muy feo, de lluvia y grandes truenos y relámpagos, Panocha pasó todo el día metido dentro de uno de los pinos esperando que dejara de llover. De pronto, del cielo cayó un gran rayo que fue a parar directamente al pino donde Panocha estaba. Tal fue la fuerza del rayo que el pino se rompió por la mitad y se quemó. El pobre Panocha no pudo salir y su pequeño cuerpo de diendecillo también se quemó. ¡¡Pero no os pongáis tristes!! todos sabemos que los duendes son mágicos y que no mueren. Y aunque Panocha no tenía cuerpo, su alma se quedó dentro de un gran tozo de rama que se salvó del fuego.
-¿Y ahora qué voy a hacer?- se preguntaba Panocha- soy un duendecillo atrapado en una rama... me voy a quedar así toda la vida, ¡Ojalá alguien me pudiese ayudar! - pensó Panocha muy triste.
Aquella noche, mientras Panocha dormía encerrado en aquella rama, el hada de los deseos apareció, se había enterado de lo que le había ocurrido a Panocha y le quiso ayudar.
- ¡Panocha, Panocha, despierta Panocha!- decía el hada de los deseos.
- ¡Si! ¿Quién es?- preguntó Panocha despistado.
- Hola Panocha, soy el hada de los deseos, me he enterado de lo ocurrido y he venido a ayudarte. Solo tienes que pedirme un deseo y te lo concederé, pero ya sabes que antes de que te lo conceda tienes que hacer algo bueno para ganártelo.
- ¡Hada! ¿Eres tu hada? ¡Ayúdame por favor! El rayo quemó el árbol y mi cuerpo con él y ahora estoy atrapado aquí dentro, ¡Ayúdame por favor, no quiero estar así para toda la vida!- suplicó Panocha al hada.
- No te preocupes Panocha, si tu deseo es salir de esa rama, yo te lo concederé pero a cambio debes ayudar a alguien que lo necesite, cuando lo consigas podrás salir de esa rama y volver a ser quien eras.
- ¡Pero como voy a hacerlo! ¡Soy una rama! ¿cómo voy a ayudar a nadie siendo así? - decía Panocha muy enfadado.
- No te preocupes Panocha, ya verás que pronto cumplirás tu misión.
Y así fue, al día siguiente, mucho antes de que saliese el sol, apareció por el camino de los pinos un carromato viejo conducido por un anciano de pelos blancos y de nariz muy puntiaguda. El anciano iba recogiendo madera para la chimenea, para pasar el invierno.
- ¡Mira que rama mas buena!- dijo en anciano al ver la gran rama tirada en el suelo- Con esta gran rama podré calentar mi hogar a la vez que disfruto de su aroma a pino.
Y así fue, el anciano cogió la rama donde estaba encerrado el duendecillo y la puso en el carromato junto con el resto de la madera. El pobre de Panocha escuchó el plan que tenía el anciano para aquella rama y se quedó muy preocupado. Si aquel anciano quemaba la rama, ¿cómo iba a cumplir él su misión? Al llegar a casa, el anciano colocó toda la leña para pasar el duro y frío invierno en la leñara.
El tiempo pasaba y el invierno se hacía notar. Todas las mañanas el anciano se presentaba en la leñera y cogía unos cuantos tronco para calentar la casa. El pobre de Panocha, cuando escuchaba los pasos del anciano, hacía magia y movía la rama al fondo del cuartillo para que así el anciano no la echara a la chimenea.
El anciano era un viejo carpintero jubilado que se había ido a vivir al campo y hacía muchos años que ya no hacía muebles para la gente. La vida en el campo era algo que le encantaba, tenía sus tierras y sus animales y de cuando en cuando le iba a visitar un amigo suyo, pero este año el invierno estaba siendo muy malo y no podía moverse de casa, los animales estaba encerrados y las tierras no se podían trabajar y su amigo no podía ir a visitarlo, así pues, el pobre anciano estaba muy aburrido y solo.
- ¡Vaya!, el invierno está siendo demasiado duro. - se lamentaba- no puedo salir, no deja de llover y mi amigo no puede venir de la ciudad. ¡Me siento tan solo! ¡Ojalá tuviera alguien que me hiciera compañía!- decía en anciano muy entristecido por la soledad-
De pronto se le ocurrió una idea.
- ¡Ya se que voy a hacer!- exclamó el anciano con ilusión- voy a buscar un buen tronco de madera y voy a hacer un muñeco, así estaré entretenido y podré contarle mis historias, al menos me sentiré menos solo mientras dure este mal tiempo.
Y así lo hizo. El anciano se fue a la leñera en busca de un buen tronco. Panocha que escuchó sus pasos hizo su magia para esconderse en el fondo entre la poca leña que quedaba, mientras el anciano abría la puerta del cuartillo.
- Vamos a ver que trozo estará mejor- decía el anciano mientras movía los troncos - ¡hace tanto tanto frío, bruuuuu!- se estremecía.
Panocha al escuchar las palabras del anciano se asustó mucho, no sabía que iba a hacer para que no le encontrase. Intentó hacer magia para esconderse pero en su intento dejó caer varios troncos que tenía encima, de tal modo que se quedó al descubierto. El anciano al escuchar el estruendo de los troncos al caer fue hasta el lugar y entonces lo vio.
- ¡Aquí estás!- dijo el anciano muy ilusionado- eres el tronco perfecto- dijo el anciano al coger la rama donde estaba Panocha.
- ¡Vaya, tenía que haberme quedado quieto! ¡Ahora me van a quemar en la chimenea y ya no podré volver a ser quien era....!- se lamentaba Panocha.
El anciano entró en la casa, llevaba un carrillo lleno de leña y la gran rama. Soltó la madera en el suelo junto a la chimenea y se marchó al cuarto de las herramientas para encontrar todo lo que necesitaba. Al poco entró en la sala de la chimenea y dijo.
- Antes de empezar voy a poner leña en la chimenea para calentar en la casa, así estaré mejor.
Y así lo hizo, el anciano empezó a meter leña en la chimenea mientras Panocha se temía lo peor, cada vez metía más leña en la chimenea y cada vez estaba más y más cerca de su rama. Aquello le produjo una impresión tan grande que se desmayó.
El anciano terminó de meter la leña en la chimenea y cogió la gran rama donde estaba Panocha y haciendo un gran esfuerzo la llevó al cuarto de trabajos y empezó a tratar el trozo de madera de pino.
- Esta rama parece muy especial, tiene un color precioso, creo que va a quedar un muñeco perfecto.
El anciano pasó todo el día y toda la noche trabajando en la madera y creó su muñeco. Era precioso y tenía muchos detalles. En su cara tenía pintada una gran sonrisa y unos ojos marrones muy grandes. El anciano le puso unas ropas viejas que tenía y el muñeco parecía una persona de verdad.
-¡Vaya, qué bien me ha quedado! ¡Si parece de verdad y todo!- dijo en anciano mientras admiraba su trabajo- Bueno, creo que ya es hora de descansar un poco, he trabajado mucho y estoy agotado, mañana será otro día.
El anciano se fue a dormir y la noche transcurría lentamente. De pronto Panocha se despertó de su desmayo y se sorprendió al ver que no estaba ardiendo.
- ¿Dónde estoy? ¿Ya me he quemado...? - decía Panocha un poco perdido.
Se sentía pesado, como si algo tirase de él. Miró hacia abajo y vio que la rama ahora no era un rama, todo había cambiado. De pronto vio cruzar un brazo ante sus ojos, luego otro, aquello le producía una sensación extraña, sentía la necesidad de moverse. De pronto se sorprendió poniéndose en pié encima de la mesa donde estaba, se dio la vuelta y se vio reflejado en un espejo.
- ¡Pero esto qué es!- dijo sorprendido. Pensó en mover los brazos y se movieron, pensó en dar un salto y saltó... - ¿Soy un muñeco de madera? ¿el anciano ha construido un muñeco de madera con la gran rama?- se preguntaba Panocha.
Aquello le hizo mucha gracia, la idea de ser un muñeco era mucho mejor que terminar quemado en una chimenea.
- Ha debido hacerlo mientras estaba desmayado- Pensó Panocha. De pronto escuchó ruido que procedía de la habitación donde dormía el anciano y se dejó caer sobre la mesa.
- Que bien he dormido. Voy a tomar un vaso de leche fresca, he trabajado tanto que no me he
parado a comer nada y ahora tengo hambre- decía el anciano mientras iba hacia la cocina.
El hombre no se dio cuenta de que el muñeco ya no estaba como él lo había dejado, estaba tan cansado que no se fijó en ello. Entró en la cocina sin encender la luz y fue a buscar la leche y un vaso para tomarla, de pronto se tropezó con algo que no vio y cayó al suelo creando un gran estruendo,
Panocha se quedó muy quieto, no quería moverse. Estaba esperando que el anciano volviese a salir de la cocina pero pasado unos segundo tras escuchar el estruendo y no volvió a escuchar nada. Los minutos pasaban y Panocha empezó a preocuparse.
- ¿Será qué le ha pasado algo al anciano? - se preguntaba- creo que le ha pasado algo, tengo que ayudarle- dijo muy preocupado.- ¡Hola, hola!- se atrevió a gritar el duendecillo desde aquel cuerpo de madera.
Panocha, al ver que el anciano no contestaba se dio cuenta de que aquel hombre necesitaba ayuda y sin pensarlo levantó aquel cuerpo de madera, bajó de la mesa y entró en la cocina. Tras la mesa y tirado en el suelo estaba el pobre anciano.
- ¡Hola! ¿Está bien señor?- preguntaba Panocha esperando alguna respuesta. Al ver que no respondía decidió acercarse a él e intentar reanimarlo.- Mojaré unos trapos en agua caliente y se los pondré por la cara y las manos, seguro que el calor le hará reaccionar.
Y así lo hizo, empezó a poner trapos calientes en la cabeza del anciano y en sus manos mientras esperaba alguna reacción. De pronto, el anciano soltó un quejido y empezó a hacer pequeños movimientos.
- ¡Vaya, que golpe más grande me he dado!- dijo el hombre con voz rota y llevándose una mano a la cabeza.
- ¿Está bien?- le preguntó Panocha muy preocupado y sin pensar que ahora era un muñeco de madera.
- ¡Si, si, estoy bien! Sólo ha sido un golpe en la cabeza...
De pronto en anciano abrió los ojos y se quedó muy sorprendido, a su lado estaba el muñeco que acababa de crear con sus propias manos, estaba allí mirándole y preguntándole si estaba bien.
- ¿Pero tu eres el muñeco de madera que he creado? ¿cómo es que estás vivo?- preguntó el anciano.
- ¡Enn, pues.... yo...!- dijo Panocha sin saber como explicar lo ocurrido.
- No te preocupes- dijo el anciano- sea como sea, tu me has salvado, si no llega a ser por tus atenciones me hubiera muerto de frio aquí tirado. Muchas gracias amigo.- Dijo el anciano muy agradecido.
- No hay porqué darlas, yo solo he hecho lo que cualquier persona hubiera hecho. ¿Le ayudo a levantarse?- dijo Panocha mientras le daba la mano al anciano y tiraba de él.
- Gracias muchacho, ¿cuál es tu nombre? Si es que tienes uno, yo aun no te lo he puesto.
- Mi nombre es Panocha ¿y usted cómo se llama?- preguntó Panocha.
- Mi nombre es Pinocho, me llaman así por mi larga nariz. Encantado Panocha- dijo el anciano.
Pinocho y Panocha empezaron a hablar y a contarse cada uno su historia. Panocha le contó como llegó a estar encerrado en aquel tronco y Pinocho le contó porqué creó aquel muñeco. El viejo le contó que se sentía muy solo y que necesitaba sentirse en compañía de algún modo. Panocha estaba encantado de hablando con el anciano, sentía la necesidad de quedarse con aquel hombre haciéndole compañía.
De pronto en medio de la cocina, apareció el hada de los deseos para cumplir el deseo de Panocha.
- ¡Hola Panocha! ¡Felicidades por tu buena obra! Debes tener más confianza en ti mismo, aun siendo un trozo de madera has podido ayudar a este buen hombre. Te felicito, ahora voy a cumplir con mi palabra y cumpliré tu deseo.
- ¡Hadaaaa! ¡Qué alegría verte!- dijo el duendecillo muy contento.
De pronto, Panocha se acordó de su deseo y recordó lo sólo que se había sentido viviendo entre los árboles del parque y sintió la necesidad de quedarse con aquel buen hombre.
- Bueno hada, me gustaría cambiar mi deseo- dijo- no quiero seguir siendo un muñeco de madera pero tampoco quiero volver a ser un duendecillo. Me he sentido mucho tiempo solo viviendo en los pinos del parque. He pensado que lo justo sería que me convirtieras en una persona de verdad- comentó Panocha- creo que si me concedes ese deseo podré hacerme una casa cerca de Pinocho y así podemos ayudarnos y hacernos compañía- le explicó en duende.
- La verdad, Panocha, es que has sido muy valiente y bondadoso y te mereces que tu deseo se haga realidad. En tres toques de mi varita te concederé tu deseo ¡Uno, dos y tres... chasssss!- Y Panocha se convirtió en un hombre.
Y así fue como Pinocho y Panocha nunca más volvieron a sentirse solos. Panocha construyó una casa cerca de Pinocho. En los días que hacía buen tiempo quedaban con sus amigos y hacían fiestas y en las tardes de lluvia las pasaban juntos contando sus aventuras y tomando café, mientras disfrutaban de su compañía y de una gran amistad.
Con todo esto, Panocha aprendió que si haces algo bueno por alguien, la vida te gratifica haciendo algo bueno por ti.
Fin.
(Orgav)

sábado, 13 de octubre de 2012

Caperucita Roja


VERSIÓN GANADORA DEL CUENTO DE CAPERUCITA ROJA 
AUTORA: Sonia Prieto Paredes
ILUSTRACION: Verónica Orozco García 
GENERO: Cuento Infantil

Había una vez una preciosa niña conocida por todos los aldeanos como caperucita roja, siempre llevaba una caperuza roja a juego con sus lindos mofletes. Su nombre era Adelaida aunque nadie la llamaba así.

Una mañana su mamá le pidió que llevara unos pasteles con chocolate recién salidos del horno a su abuelita que vivía al otro lado del bosque.
 La madre de caperucita  advertía a su hija que no se entretuviera por el camino, conocedora de que la niña le gustaba oler flores y hablar con los animalitos del bosque

-Y sobro todo tesoro, no te pares cerca del lago que allí vive una manada de lobos.
- Esta bien mami, no lo haré.

La pequeña salio con su caperuza roja y la cestita con los pasteles de camino a casa de la abuela.
Bien es cierto que no se paro a oler flores pero vio un grupo de ardillas jugando cerca del lago y no pudo resistirse a parar y jugar con ellas.
Las risas de la niña despertaron a un lobezno que dormía plácidamente bajo un árbol, muy cerca de donde se encontraba la cesta con los pastelitos.

-Mmmm que buen olor, que hambre me esta entrando.-pensó el lobezno.

Oyó como la niña se despedía de las ardillitas porque llegaba tarde a casa de la abuelita.
El lobo conocía  muy bien esa casa, solía merodear cerca esperando que la anciana dejase algo de comida en el alfeizar de la ventana y se le ocurrió un plan perfecto para comerse esos pastelitos que tan bien olían.

Los lobos de la manada le habían explicado al lobito que se podía comer a los humanos, que su carne era tierna y sabrosa pero él nunca había tenido necesidad ya que la anciana dejaba muchas sobras de comida. 

Al llegar a la casa vio a la abuelita de caperucita sacando agua del pozo y sin pensarlo dos veces, empujo a la anciana que aunque agarrándose a la cuerda, cayo al fondo de este.
El lobezno se metió en la cama con las ropas de la abuelita poniendo así en marcha su plan.

-Toc toc. -golpeo caperucita a la puerta.
-Quien es, eres tú nietecita linda?.-Dijo el lobito con voz ronca.
-Abuelita, te traigo unos pastelitos con chocolate.
De pronto el lobito salto de la cama asustando a la niña y esta al ver al lobo se puso a llorar.
Era la primera vez que el lobito veía llorar a una niña y le dio tanto sentimiento que se le saltaron a él las lagrimas también.

-Pero... porque me has asustado, lobito?
-Bueno, me entro hambre y pensé en robar los pastelitos.
-Porque no me pediste uno?, tu hubiera dado.
-No lo se...me ha enseñado a actuar así.

La abuelita con la ayuda de unos cazadores que la oyeron pedir auxilio, salio del pozo y corrió a casa a salvar a su nieta.
Al abrir la puerta se quedo sorprendida de lo que estaba viendo, caperucita estaba merendando con el lobo los pastelitos que había traído para ella.


-Adelaida, apártate del monstruo.- El lobito asustado se escondió detrás de caperucita y esta protegió a su nuevo amigo.

-Abuelita, no te asustes ahora es mi amigo, no me va a hacer daño.

Caperucita explicó a todos como había sido la historia y así comprendieron que el lobito solo actuaba de esa manera por que nadie le había enseñado que no tenia que ser malo para conseguir las cosas.
Fin.


SONIA PRIETO PAREDES
Todos los derechos reservados por el autor.

sábado, 6 de octubre de 2012

Patito feo


VERSIÓN GANADORA DEL CUENTO DE PATITO FEO POR ANA
Autora: Ana Pascual Pérez
Ilustración: Verónica Orozco García
Género: Cuento Infantil

Iván terminaba de guardar sus juguetes en el baúl, mientras su madre apartaba las sábanas de su cama, preparándola para que pudiera acostarse. Todos los coches y muñecos caían al fondo, lanzados desde el borde del mueble.
- ¡Crash!, wow, doble pirueta mortal, y ¡pumba!, al fondo del precipicio...
Los puzles los colocaba con cuidado, apilados en una esquina, y encima de éstos los cuentos y la pelota de baloncesto. Al tiranosaurio rex, de cuerpo mullido, lo dejó encima de la cama; él era el elegido para compartir sueños...
Después de lavarse las manos y cepillar sus dientes, apareció en su habitación pensativo. Abrazando a su T-rex, le dijo a su madre:
- Mamá, ¿por qué yo no puedo ser como los demás?
- Cada persona es diferente del resto, nuestras diferencias nos hacen únicos y especiales.
- A mí me gustaría parecerme a los demás.
- ¿Por qué?, a mí me gustas como eres. - le dijo su madre, besándole y haciéndole cosquillas.
- Jajajaja, ¡mamá, quita!. Es que..., en clase me llaman “larguirucho, dientes de serrucho”.
- ¿Y tú qué les contestas?
- Nada.
Su madre le cogió en brazos y se quedó un rato charlando con él en la cama...
- En realidad les gustas. Eres el niño más alto de la clase, por eso siempre te piden ayuda cuando el balón se queda encima de la red, o cuando no alcanzan los cuentos de la estantería...
- ¡… y cuando jugamos a baloncesto, siempre me eligen el primero!. Pero mamá..., mis dientes.
- Es verdad que ahora no tienen buen aspecto, pero lo tendrán. Están poniéndose en su sitio, poco a poco, para que puedas dar buenos mordiscos a los bocadillos. En un par de años, dejarás de taparte la boca cuando sonrías, ya verás..., vas a ser un chico muy guapo. - su madre fue a por papel y boli, y tras unos minutos se puso en pie y recitó:
- soy gran jugador de baloncesto,
podría encestar la luna,
y con mis dientes de león fiero,
espanto a vuestra tontuna.
- ¡Me gusta!, gran jugador de baloncesto... ¡dientes de león fiero!,- exclamó Iván.
- No te quedes callado cuando te llamen larguirucho, dientes de serrucho; debes hacerte respetar, que te llamen por tu nombre. Y otra cosa... ¿por qué no pruebas a jugar con otros niños?
- Si, jugaré en otro equipo. - Iván agarró fuerte a T-rex, y se tapó con las mantas.
- Hasta mañana, corazón.
Por la mañana Iván no paró de leer lo que le había escrito su madre, hasta que lo memorizó. Aún así decidió guardarlo, por si se quedaba en blanco, como le pasaba a veces en los exámenes orales. De camino a la escuela fue con la mano metida en el bolsillo de su abrigo, arrugando entre su puño el trozo de papel. Llegando a la puerta de entrada del colegio, se puso más recto que de costumbre y apretó la mano..., nada más llegar a formar la fila para entrar en clase, empezaron a increparle los de siempre.
- ¡Eh tú, dientes de serrucho! ¿Te apuntas al partido del recreo?, jugamos contra los de quinto.
- Me llamo Iván, y no voy a jugar en tu equipo.
- ¡Eh, Iván, dientes de serrucho! Jajaja, - los demás niños de la fila también rieron.
Iván no le dijo nada más, se limitó a repetir mentalmente lo que había escrito en el papel, que ahora apretaba con todas sus fuerzas, dentro del bolsillo. En clase las bromas cesaban, pues todos sabían que el maestro no las aceptaba, pero de vuelta al patio, en el tiempo de recreo, otra vez se encontraba con los mismos calificativos.
- Larguirucho ¿te lo has pensado bien?
- Mi nombre es Iván.
- Venga, larguirucho... ¿te apuntas, o qué?
- Voy a jugar con los de quinto. - le dijo Iván, muy serio.
Le echó valor para acercarse al grupo de los mayores y decirles que quería jugar con ellos. Los de quinto aceptaron encantados, pues conocían la habilidad de Iván, y en alguna ocasión habían sufrido sus mates y canastas; ahora por fin, lo tendrían en su equipo.
El partido fue todo un espectáculo, Iván no paraba de anotar puntos, y cada vez que encestaba, chocaba su mano contra la de sus nuevos compañeros, que lo apretaban, felicitándole. Nunca había disfrutado tanto jugando. Al terminar el partido, incluso le mantearon y todos rieron celebrando la victoria.
- ¡Eh! Iván, contamos contigo para los próximos, ¿no?. - le dijo el base del equipo.
- Si, claro. ¡Me lo he pasado muy bien!, - sin darse cuenta, Iván sonrió sin ponerse la mano en la boca, y por un momento temió escuchar la cantinela de siempre... Pero esta vez sólo recibió una palmada en la espalda.

De regreso a clase se le acercó el que siempre se reía de él, frunciendo el ceño y apretando los puños, Iván creyó que iba a golpearle.
- No se puede jugar en un equipo que no sea el de tu clase. - le dijo, poniéndose delante de él.
- ¿Por qué no, quién dice eso?
- Son las reglas...
- Te lo has inventado, - Iván siguió su camino sin prestarle más atención.

Por la noche le contó a su madre lo sucedido, cada pase que recibió, cada canasta, y cómo le trataron los de su nuevo equipo.
- Mamá, me han lanzado por los aires.
- ¿Cómo?,- su madre se asustó.
- Si, han hecho un corro, me han cogido entre todos, y me han lanzado hacia arriba; así, mira, - cogió al Tiranosaurio y lo lanzó hasta el techo.
- Jajaja, te han manteado. Te lo has pasado muy bien, ¿verdad?. Y los niños de tu clase, ¿te han vuelto a insultar?.
- Después del partido, no. Voy a jugar siempre con los de quinto..., me llaman Iván. ¡Hay uno como yo, mamá!.
- ¿Tan alto como tú?
- No, ¡con dientes de serrucho, jajaja!. - Iván se rió, mostrando todos sus braquets.
- Jajaja, eso está bien, hay que saber a reírse de uno mismo. Y ahora, un beso, cosquillas y..., a la cama ¡largui-ru-choooo!.

Autora: Ana Pascual Pérez.
Todo los derechos reservados por el autor.

La princesa y el guisante


VERSIÓN GANADORA DEL CUENTO LA PRINCESA Y EL GUISANTE POR ANA

AUTORA: Ana Pascual Pérez
ILUSTRACION: Verónica Orozco García
GENERO: Cuento Infantil

Ladislao regresaba a palacio cabalgando en su caballo y como todos las tardes, paró junto al lago para pensar un rato y lanzar algunas piedras al fondo... El príncipe jugaba a romper las nubes reflejadas en el agua, a botar las piedras sobre la superficie del lago, y fantaseaba sobre cómo sería su futura esposa. Hasta ahora ninguna de las pretendientes le había gustado, y por suerte para él, ninguna de ellas había superado la prueba que les exigían sus padres.Todas las señoritas que optaban a casarse con él debían dormir una noche sobre un colchón de lana y notar la incomodidad que produce una aceituna, colocada en su interior. Así había sido siempre, desde tiempos inmemorables, era la tradición de los varones de su familia. De todas las aspirantes al título de reina que hubo, ninguna había notado la presencia del diminuto fruto; algo incomprensible para sus padres, quienes se mantenían firmes en la idea, de que una verdadera princesa y futura reina, no podría dormir a pierna suelta con una aceituna entre la ropa de cama...
"Te sueño hermosa, buena y tierna..., con el pelo largo y moreno, ojos del color de la miel y piel de seda. Te sueño a mi lado en los momentos difíciles, comprensiva y tolerante”..., la voz de su caballo le sobresaltó, algo le había asustado. - Quieto bonito, tranquilo, que no es nada... - vio que unos matorrales se movían y desenvainó su espada. - ¿Quién anda ahí?, - grito hacia el bosque de abedules que rodeaba el lago.
De repente, apareció entre los arándanos un mono diminuto, que llevaba una cinta roja atada al cuello. Ladislao todavía con su espada en la mano no daba crédito a lo que estaba viendo, el monito daba brincos y volteretas por el aire, mientras el príncipe lo miraba embobado...
- ¿Te gusta?, - una voz femenina le sobresaltó.
- Eh..., si. Es gracioso... - fue lo único que pudo decir, sin dejar de mirarla con la boca entreabierta. Parecía un sueño hecho realidad, aquella mujer de tez morena, tenía los ojos color ambar y el pelo largo y brillante como las crines de su caballo.
- Es un tití ardilla, - llamó al monito dando dos palmadas y éste subió de un salto a su hombro, - Puedes tocarlo si quieres,... también puedes bajar la espada que no somos peligrosas. Me llamo Serena, y esta pequeñita es Tais.
El príncipe guardó su espada y tocó a Tais con dos dedos, pudo sentir el tacto aterciopelado del pelo del animal... - ¡Qué animal tan raro!. ¿De dónde procedéis? Nunca os he visto por estas tierras, y este es un lugar que no conoce mucha gente...
- Me he perdido, no sé cuánto tiempo llevaré dando vueltas por estos bosques, persiguiendo a Tais. Le encantan los frutos de los árboles, ya la ves... ¿Dónde estamos, y quién eres?
- Soy Ladislao, príncipe de las tierras del reino de Benilares.
El cielo comenzó a oscurecerse, tronaba no muy lejos, y en poco tiempo una tormenta furiosa empezó a arreciar sobre sus cabezas. Tais se refugió debajo de la capa de Serena, quien no dudó ni un instante en correr hacia el bosque para refugiarse de la lluvia y el granizo. Le siguieron Ladislao y su caballo... El príncipe colocó su escudo sobre sus cabezas y entre los dos aguantaron el peso de la armadura para protegerse del hielo y el agua. Serena le contó que llegó por mar de otro continente, y le habló de los animales exóticos que lo habitan, de la amabilidad de sus gentes, del color que tiene allí el cielo..., y de su huida hacia una tierra que le brindase oportunidades. Él la escuchó paciente y sorprendido, cuando empezó a hablarle de si mismo, ya había parado de llover, pero aun así siguieron juntos bajo el escudo como si nada de lo que ocurriera en el mundo exterior pudiera perturbarles... Ella comenzó a tiritar, ambos estaban empapados...
- Ven conmigo. Podrás entrar en calor y cambiarte de ropa. - ayudó a Serena a subir al caballo y juntos emprendieron el camino hacia la fortaleza donde vivía el príncipe.
Ladislao fue pensando durante todo el trayecto, en la prueba a la que sus padres iban a someter a Serena. Ese estúpido examen que debía superar para poder ser su esposa. No podía permitir que una absurda tradición echara a perder su futuro junto a ella, e ideó un plan...
Serena fue presentada a sus padres, quienes la miraron de arriba a abajo, tratando de encontrar el mínimo indicio de aristocracia, que les hiciera estar más tranquilos y tolerantes, ante la presencia de aquella joven extranjera. Durante la cena observaron que trataba la comida con cuidado, escucharon sus hermosas palabras, su acento cadencioso...; y mentalmente la compararon con las tres aspirantes que más les habían gustado. Mientras tanto Ladislao, ajeno a las conversaciones, se entretenía con Tais; el animal estaba encantado con el juego que le había propuesto el príncipe...
- Toma, bonita... ya sabes donde esconderlo, y te lo puedes comer cuando tú quieras, - le decía Ladislao, quien no paraba de darle aceitunas, ciruelas, cerezas y peras. Tais corría, desde el salón hasta la habitación de invitados, donde iba a dormir Serena.
Terminada la cena y la sobremesa todos se retiraron a sus habitaciones. A Serena le gustó mucho la suya, nunca había visto una cama con dosel, y le pareció la cama de una princesa... Cuando se acostó sintió que algo se le clavaba en la espalda, y dio unas cuantas palmadas al colchón para alisarlo..., pero siguió estando incómoda. Algo disgustada, pensó que aquella no podía ser la cama de una princesa, aunque tuviera un precioso dosel tallado, porque era como dormir al raso sobre la tierra. Decidió que lo mejor sería voltear el colchón, y así lo hizo... De nada sirvió; finalmente se acostó en el suelo sobre una manta.
Al día siguiente, muy temprano, los padres de Ladislao abrieron muy despacio la puerta de la habitación de invitados y vieron a Serena durmiendo en el suelo, la cama estaba deshecha con todas las sábanas enredadas, y decidieron entrar a preguntarle...
- Serena, ¿acaso no dormiste a gusto?, ¿hubo algo que te incomodase?, - le preguntó la reina, arrodillada en el suelo junto a ella. La joven tardó unos segundos en comprender dónde se encontraba y quién era aquella señora...
- Pues, la verdad es que... no quiero ser impertinente, pero no he podido dormir en esa cama. Es muy bonita, pero también muy incómoda.
La reina abrió los ojos sorprendida y miró a su esposo que sonreía plácidamente. No tenían dudas, aquella mujer que había traído el mar desde un continente lejano, podría ser la esposa de su hijo; sería princesa y futura reina.
Ladislao pudo ver todo lo que pasó desde el pasillo, y sonreía complacido y feliz, acariciando a Tais.

AUTORA: ANA PASCUAL PEREZ
Todos los derechos reservados por el autor.

Pulgarcito

VERSION GANADORA DEL CUENTO PULGARCITO POR AMAYA

AUTORA: Amaya Puente de Muñozguren
ILUSTRACIÓN: Verónica Orozco García
GENERO: Cuento Infantil

Le costó nacer a pesar de hacerlo dos meses antes de lo previsto, peso menos de kilo y medio, sus posibilidades de salir adelante eran menores que su peso según la opinión del doctor jefe de neonatología del hospital universitario en el que lucharon por su pequeña vida.

Contra todo pronóstico salió adelante pateando y manoteando al aire dentro de su incubadora que fue objeto de múltiples visitas durante las semanas, meses, que él la ocupó. Parecía una atracción de feria o eso quería ver su atormentado padre ante los cientos de comentarios que cada día oía frente al cristal que los separaba de las incubadoras. Se podría decir que todo el personal del hospital, unos cuatro mil, más o menos, pasaron por delante de sus vivarachos ojos rasgados de color oscuro.

- “Parece el mono del circo”. Se quejaba amargamente a su mujer en los ratos que coincidían a solas en la habitación.

- “No te enfades, les llama la atención que siendo tan pequeñito tenga tanta vitalidad”.

Comentaba esperanzada su mujer. Esperaban un milagro y el milagro se realizó ante el asombro de todo el personal, dos meses más tarde la familia al completo dejaba atrás ese mundo estéril y frío para llegar a la casa que les esperaba llena de color.

Quisieron compensar su falta de tamaño con un nombre generoso y en la pila del bautismo le impusieron los nombres de Angel María de todos los Santos del Socorro y de la Caridad Cristiana Fernández de Córdoba y López de Mendoza. El encargado de bautizarle como última frase les dijo a los padres que creía que el nombre “le colgaba un poco por los faldones de cristianar”, cosa que ellos, evidentemente, ni entendieron ni quisieron entender mientras le veían alejarse riendo a mandíbula batiente.

“Un hombre feliz”, pensaron mientras llevaban a casa a su deseado hijo.
La abuela materna en cuanto llegó del pueblo y buscó bajo las sábanas de la cuna al recién nacido, tuvo un momento de pánico al no encontrarlo hasta deshacer el último doblez en el que se encontraba dormido sobre él.
-¡Pero si eres más pequeño que mi pulgar!, gritó asombrada la abuela. Te llamaré Pulgarcito.
Los jóvenes padres reían embelesados ante el milagro de la vida de su hijo, le veían crecer en edad pero poco en tamaño aunque si en inteligencia y destreza, en pocos meses hacia cosas que niños que le doblaban la edad eran incapaces de hacer. En la guardería le confundían con un bebé, en la escuela con un parvulito, en el instituto con un hermano de algún alumno y en la universidad con el hijo de algún profesor en apuros hasta que descubrían que era el famoso Pulgarcito, el ser más inteligente de toda la región y seguramente del país entero y de varios de los alrededores. El asumía su fama con total naturalidad ya que había nacido con ella, destacaba en los estudios y en los deportes pero en lo que más destacaba era en su gran corazón en el que no tenía cabida la negativa ante cualquier súplica de algún compañero, se pasaba la vida dando lecciones de repaso a sus compañeros o haciéndoles entender los difíciles problemas de algebra sentado sobre las rodillas de sus alumnos, que en muchos de los casos eran mucho mayores que él.
Se acercaba a la edad mágica de los quince años y empezaba a darse cuenta de las dificultades que tenia al no ser “como los demás”, eso le apenó tanto que hasta dijo que no quería celebrar la fiesta de su cumpleaños. Su abuelo, un hombre callado, serio e inteligente del que lo había aprendido casi todo tomó cartas en el asunto y volvió a su viejo taller de zapatero para realizar la mejor obra de toda su vida:” unas zapatillas mágicas”.
Trabajó sin descanso dos días con sus noches para tener listas las zapatillas para el momento en el que su querido nieto, Angel María de todos los Santos del Socorro y de la Caridad Cristiana Fernández de Córdoba y López de Mendoza cumpliera la edad en la que los niños se convierten en jóvenes y justo en ese momento le dio el regalo a su único y amado nieto.
- Hijo mío, nunca quise usar mis poderes pero en esta ocasión tu tristeza me ha hecho utilizarlos para realizar este regalo que será el que te ayude a realizar todos tus sueños. Usalas con precaución ya que si pides más de lo que te mereces puedes recibir un castigo por ello en vez del premio que ansias.
- Gracias abuelo, me encantan. Se las voy a enseñar a mis padres.
Salió con las zapatillas puestas dando tales saltos que parecía elevarse sobre las nubes.
Pidió, antes de entrar en su casa, el deseo de que sus padres le quisieran pero al entrar y ver la gran fiesta sorpresa que le habían montado se dio cuenta de que esa petición era totalmente innecesaria ya que estaba claro que sus padres le querían más que a nada en el mundo. 
Salió sin hacer ruido y fue a casa de su abuela pidiéndole a las zapatillas mágicas que ella valorase sus hazañas. Al entrar en la casa se dio cuenta de que toda la pared frente a la chimenea estaba llena de fotos en las que aparecía él en todos los momentos de su vida en los que había ganado un trofeo académico o deportivo. Su petición también había resultado innecesaria ya que su abuela nunca se perdió ni uno de los actos en los que él, “su Pulgarcito”, fue el protagonista.
Salió emocionado en dirección a la casa de la chica que le gustaba pidiendo a las zapatillas mágicas que le permitieran decirle cuanto le gustaba y que ella no le rechazara pero al llegar junto al seto del jardín, tapado por él debido a su poca altura, oyó hablar a su amor con otras compañeras de curso del tremendo cariño que le profesaban y del amor que había nacido en el corazón de la que él deseaba. Otro deseo que no necesitaba pedir.
Lleno de alegría y rubor salió a escondidas hacia la cancha de baloncesto en la que tenían que jugar con los compañeros, un partido decisivo, él, como siempre seria el base del equipo al igual que lo venia siendo desde que empezó a jugar muchos años atrás. Le pidió a sus zapatillas mágicas que le dijeran lo que los compañeros pensaban de él, si le menospreciaban o le aceptaban por pena pero cual fue su sorpresa al oírles reunidos en las duchas alabando su inteligencia, su agilidad y la habilidad para enamorar a todas las chicas que le rodeaban, esto lo decían varios de sus compañeros algo molestos pero sin perder la dulzura en la voz.
El pequeño joven de nombre interminable al que ya todos llamaban Pulgarcito entró sonriendo pidiendo a sus compañeros un favor.
-Chicos, mi abuelo me ha regalado estas “zapatillas mágicas” y creo que lo mejor que puedo hacer para agradecérselo es que me ayudéis a ganar este partido.
-Por supuesto, gritaron todos a coro, pero nos tendrás que invitar a tu fiesta.
- ¡Eso está hecho!
Y como siempre volvieron a ganar mientras “las zapatillas mágicas” esperaban bajo el banquillo, en los vestuarios, a que él volviera de la cancha de baloncesto, como siempre, manteado por sus compañeros, llegando al cielo, sin tocar el suelo.




AUTORA  AMAYA PUENTE DE MUÑOZGUREN
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