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sábado, 6 de octubre de 2012

La princesa y el guisante


VERSIÓN GANADORA DEL CUENTO LA PRINCESA Y EL GUISANTE POR ANA

AUTORA: Ana Pascual Pérez
ILUSTRACION: Verónica Orozco García
GENERO: Cuento Infantil

Ladislao regresaba a palacio cabalgando en su caballo y como todos las tardes, paró junto al lago para pensar un rato y lanzar algunas piedras al fondo... El príncipe jugaba a romper las nubes reflejadas en el agua, a botar las piedras sobre la superficie del lago, y fantaseaba sobre cómo sería su futura esposa. Hasta ahora ninguna de las pretendientes le había gustado, y por suerte para él, ninguna de ellas había superado la prueba que les exigían sus padres.Todas las señoritas que optaban a casarse con él debían dormir una noche sobre un colchón de lana y notar la incomodidad que produce una aceituna, colocada en su interior. Así había sido siempre, desde tiempos inmemorables, era la tradición de los varones de su familia. De todas las aspirantes al título de reina que hubo, ninguna había notado la presencia del diminuto fruto; algo incomprensible para sus padres, quienes se mantenían firmes en la idea, de que una verdadera princesa y futura reina, no podría dormir a pierna suelta con una aceituna entre la ropa de cama...
"Te sueño hermosa, buena y tierna..., con el pelo largo y moreno, ojos del color de la miel y piel de seda. Te sueño a mi lado en los momentos difíciles, comprensiva y tolerante”..., la voz de su caballo le sobresaltó, algo le había asustado. - Quieto bonito, tranquilo, que no es nada... - vio que unos matorrales se movían y desenvainó su espada. - ¿Quién anda ahí?, - grito hacia el bosque de abedules que rodeaba el lago.
De repente, apareció entre los arándanos un mono diminuto, que llevaba una cinta roja atada al cuello. Ladislao todavía con su espada en la mano no daba crédito a lo que estaba viendo, el monito daba brincos y volteretas por el aire, mientras el príncipe lo miraba embobado...
- ¿Te gusta?, - una voz femenina le sobresaltó.
- Eh..., si. Es gracioso... - fue lo único que pudo decir, sin dejar de mirarla con la boca entreabierta. Parecía un sueño hecho realidad, aquella mujer de tez morena, tenía los ojos color ambar y el pelo largo y brillante como las crines de su caballo.
- Es un tití ardilla, - llamó al monito dando dos palmadas y éste subió de un salto a su hombro, - Puedes tocarlo si quieres,... también puedes bajar la espada que no somos peligrosas. Me llamo Serena, y esta pequeñita es Tais.
El príncipe guardó su espada y tocó a Tais con dos dedos, pudo sentir el tacto aterciopelado del pelo del animal... - ¡Qué animal tan raro!. ¿De dónde procedéis? Nunca os he visto por estas tierras, y este es un lugar que no conoce mucha gente...
- Me he perdido, no sé cuánto tiempo llevaré dando vueltas por estos bosques, persiguiendo a Tais. Le encantan los frutos de los árboles, ya la ves... ¿Dónde estamos, y quién eres?
- Soy Ladislao, príncipe de las tierras del reino de Benilares.
El cielo comenzó a oscurecerse, tronaba no muy lejos, y en poco tiempo una tormenta furiosa empezó a arreciar sobre sus cabezas. Tais se refugió debajo de la capa de Serena, quien no dudó ni un instante en correr hacia el bosque para refugiarse de la lluvia y el granizo. Le siguieron Ladislao y su caballo... El príncipe colocó su escudo sobre sus cabezas y entre los dos aguantaron el peso de la armadura para protegerse del hielo y el agua. Serena le contó que llegó por mar de otro continente, y le habló de los animales exóticos que lo habitan, de la amabilidad de sus gentes, del color que tiene allí el cielo..., y de su huida hacia una tierra que le brindase oportunidades. Él la escuchó paciente y sorprendido, cuando empezó a hablarle de si mismo, ya había parado de llover, pero aun así siguieron juntos bajo el escudo como si nada de lo que ocurriera en el mundo exterior pudiera perturbarles... Ella comenzó a tiritar, ambos estaban empapados...
- Ven conmigo. Podrás entrar en calor y cambiarte de ropa. - ayudó a Serena a subir al caballo y juntos emprendieron el camino hacia la fortaleza donde vivía el príncipe.
Ladislao fue pensando durante todo el trayecto, en la prueba a la que sus padres iban a someter a Serena. Ese estúpido examen que debía superar para poder ser su esposa. No podía permitir que una absurda tradición echara a perder su futuro junto a ella, e ideó un plan...
Serena fue presentada a sus padres, quienes la miraron de arriba a abajo, tratando de encontrar el mínimo indicio de aristocracia, que les hiciera estar más tranquilos y tolerantes, ante la presencia de aquella joven extranjera. Durante la cena observaron que trataba la comida con cuidado, escucharon sus hermosas palabras, su acento cadencioso...; y mentalmente la compararon con las tres aspirantes que más les habían gustado. Mientras tanto Ladislao, ajeno a las conversaciones, se entretenía con Tais; el animal estaba encantado con el juego que le había propuesto el príncipe...
- Toma, bonita... ya sabes donde esconderlo, y te lo puedes comer cuando tú quieras, - le decía Ladislao, quien no paraba de darle aceitunas, ciruelas, cerezas y peras. Tais corría, desde el salón hasta la habitación de invitados, donde iba a dormir Serena.
Terminada la cena y la sobremesa todos se retiraron a sus habitaciones. A Serena le gustó mucho la suya, nunca había visto una cama con dosel, y le pareció la cama de una princesa... Cuando se acostó sintió que algo se le clavaba en la espalda, y dio unas cuantas palmadas al colchón para alisarlo..., pero siguió estando incómoda. Algo disgustada, pensó que aquella no podía ser la cama de una princesa, aunque tuviera un precioso dosel tallado, porque era como dormir al raso sobre la tierra. Decidió que lo mejor sería voltear el colchón, y así lo hizo... De nada sirvió; finalmente se acostó en el suelo sobre una manta.
Al día siguiente, muy temprano, los padres de Ladislao abrieron muy despacio la puerta de la habitación de invitados y vieron a Serena durmiendo en el suelo, la cama estaba deshecha con todas las sábanas enredadas, y decidieron entrar a preguntarle...
- Serena, ¿acaso no dormiste a gusto?, ¿hubo algo que te incomodase?, - le preguntó la reina, arrodillada en el suelo junto a ella. La joven tardó unos segundos en comprender dónde se encontraba y quién era aquella señora...
- Pues, la verdad es que... no quiero ser impertinente, pero no he podido dormir en esa cama. Es muy bonita, pero también muy incómoda.
La reina abrió los ojos sorprendida y miró a su esposo que sonreía plácidamente. No tenían dudas, aquella mujer que había traído el mar desde un continente lejano, podría ser la esposa de su hijo; sería princesa y futura reina.
Ladislao pudo ver todo lo que pasó desde el pasillo, y sonreía complacido y feliz, acariciando a Tais.

AUTORA: ANA PASCUAL PEREZ
Todos los derechos reservados por el autor.

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